Los territorios, desde las diferentes ópticas, en nuestra vida social son hoy más complejos y difusos que en el pasado reciente. El esquema ciudad - día a día, es muy pesado para muchas personas. La ciudad como ámbito definido, diferenciado del entorno, espacio del trabajo y del consumo, aventura de libertad ofrecida al niño y al joven, se ha hecho a la vez menos accesible y más dispersa, sin límites precisos. ¿Es todavía posible la ciudad como experiencia de organización? Sí, seguramente es posible y necesaria, pero es necesario que se den algunas condiciones.
La calidad del espacio público es hoy una condición principal para la adquisición de la ciudadanía. El espacio público cumple funciones urbanísticas, socioculturales y políticas. En el ámbito de barrio es a la vez el lugar de vida social y de relación entre elementos construidos, con sus poblaciones y actividades. En el nivel de ciudad cumple funciones de dar conexión y continuidad a los diversos territorios urbanos y de proporcionar una imagen de identidad y monumentalidad. El espacio público, si es accesible y adecuado, sirve a poblaciones diversas y en tiempos también diversos. Hace falta también un espacio público "refugio". Y espacios de fiesta y de gesta, como diría el urbanista Salvat-Papasseit, de manifestación. El espacio público es el lugar de la convivencia y de la tolerancia, pero también del conflicto y de la diferencia, de la democracia y participación. Tanto o más que la familia y la escuela son lugares de aprendizaje de la vida social, el descubrimiento de los otros, del sentido de la vida.
El territorio, la ciudad, son también el espacio que contiene el tiempo, el lugar del patrimonio natural y cultural. El reconocimiento del patrimonio, o patrimonios, del paisaje, de la arquitectura, de la historia, de las fiestas y de los movimientos sociales, de su gente... Forma parte del proceso de adquisición de la ciudadanía, de la construcción de las identidades personales y colectivas. Conocer y descubrir la ciudad en sus dimensiones múltiples es conocerse a uno mismo y a los demás, es asumirse como individuo y como miembro de comunidades diversas. Este es un descubrimiento más reciente, ya no somos solamente de un barrio, de una clase social, de una religión. Somos múltiples en cuanto a identidades y pertenencias, podemos entender mejor la diversidad de nuestra sociedad.
En el territorio "local" vivimos también la globalidad. Formamos parte de comunidades virtuales, nos relacionamos con el mundo. Vivir la lógica local-global es indispensable para no convertirnos en un ser circunstancial, asumir a la vez las identidades de proximidad y las relaciones virtuales es darse los medios para ejercer la ciudadanía y para interpretar el mundo, para no perderse. Y conocer a los demás a través de la proximidad virtual puede ser una contribución decisiva para aceptar y entender a los demás, vecinos físicos pero no desconocidos culturales. La cultura global debería de desterrar la xenofobia local.
Es por eso, que en el Municipio que nos merecemos, los espacios públicos y el patrimonio cultural tiene un papel preponderante, donde se pueda interactuar y no solo ser un ente inerte movido por las masas, donde la participación sea un punto de honor en el día a día, eso que nos haga sentir que nuestro entorno es un espacio para la convivencia, pero también un lugar de intercambio de ideas y de superación colectiva, esa es la verdadera democratización de los espacios y la participación efectiva de un ciudadano, porque solo así, podemos llegar a la construcción de ciudadanía efectiva y definitoria de nuestro futuro.
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