Un grave problema se presenta ante los Alcaldes de las grandes aglomeraciones urbanas y de menor tamaño también, y es la dificultad creciente que los ciudadanos tienen en ponerse en contacto con la naturaleza: tierra, aire libre y sano, vegetales, vida silvestre. El manto espeso de edificaciones que cubre las ciudades separa cada vez más a sus habitantes de lo que siempre había sido el ambiente natural del hombre y les coloca en condiciones de vida completamente anormales para la especie humana.
Si prestamos atención lo que sucede en el desarrollo de las grandes poblaciones que no están sometidas en su crecimiento a un plan conjunto bien establecido (Plan de Desarrollo Económico y Social, Plan de Desarrollo Urbano Local y otros planes especiales), veremos lo siguiente: el núcleo de la gran ciudad crece a la par de la marcha de los negocios y de los intereses materiales de la ciudad. Estos intereses son los que rigen dicho desarrollo: los ciudadanos, en plena actividad industrial y comercial, resuelven de acuerdo con sus instintos los problemas de urbanización, o sea cubriendo con edificios de comercios el mayor espacio posible del terreno de que disponen. Paralelamente, crecen los núcleos suburbanos de la gran ciudad según disposiciones a menudo mezquinas y confusas y, en todo caso, adaptada a sus simples intereses locales. De este modo viene a formarse una barrera impenetrable de edificaciones en torno de la gran aglomeración urbana. Consecuencia de todo esto es que llegan a faltar completamente las condiciones de aireación, de zonas abiertas y de “masa verde” en el interior de la población y, lo que es tal vez peor, las direcciones generales de salida de la ciudad al campo se hallan completamente obstruidas. Un cinturón ahoga la gran ciudad, que en su zona interna ya carecía de “espacios libres”, “pulmones” de la población. Y sin embargo, estos “espacios libres” en los cuales la “masa verde” alcance una proporción conveniente, son imprescindibles en una gran urbe. Nuestras ordenanzas municipales exigen una proporción, fijada por la Higiene, de patios, “espacios abiertos” en general, en el interior de las viviendas que se construyen. Un criterio higiénico parecido debe regir para la gran vivienda que es la gran ciudad. Y a la proporción de espacios libres debe unirse la exigencia de una masa vegetal, capaz de absorber los productos de las combustiones que en la población se producen, devolviendo al aire viciado la oxigenación necesaria.
En el municipio que nos merecemos, debemos tener espacio suficiente para la recreación y como pulmón vegetal de la ciudad, es esto lo que nos permitiría no desfallecer de tener una mejor calidad de vida, parques e islas arborizadas de acuerdo a un verdadero plan ambiental, mas espacios verdes para todos y no solo una porción necesaria para separar los canales de tránsito vehicular, el espacio público armonizado y humanizado debe ser una prioridad.
El municipio que nos merecemos, es un territorio pensado para el disfrute de todos. Eso, es lo que nos merecemos.
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