“Un pueblo sin pasado es como un hombre sin memoria”, colapsado en un presente que le impide avanzar porque carece de referencias vitales que lo conduzcan hacia el futuro. Sin embargo, este imperativo, que responde a una necesidad existencial, ha sido instrumentalizado para la construcción de una nueva ficción de la recuperación de la escala humana. La pérdida de contenido en manos de los medios de poder (intelectuales, políticos, sociales) ha hecho de la Cultura un referente hueco, el comodín al servicio de todos. Esta "apropiación indebida" de las relaciones de la Ciudadanía con su herencia urbana ha entrado a formar parte de discursos demagógicos y populistas que confunden su verdad cotidiana con el "milagro" de su descubrimiento.En este contexto, el Patrimonio Cultural ha entrado a formar parte de una espiral sin solución que se ha mimetizado en los artefactos de seducción de la institución, y ha emprendido su decadencia antes de que haya conseguido ser asimilado por la sociedad, antes de que la comunidad que convive con él haya podido tomar posiciones al respecto.
El compromiso para rescatar lo Patrimonial del abismo, si es que realmente esta cuestión es deseable, debe ser la humanización de la herencia urbana. Con ello no nos referimos a una vuelta a la escala antropológica, sino a una educación de la mirada. No se reclama una empatía, que ya subyace, sino un re-conocimiento de esta sin malversaciones, que tome como punto de partida la propia realidad estructural entre la vivencia intrahistórica de la comunidad (y del individuo que participa de ella) y el objeto cultural. Hasta el momento, la restitución de este nexo de identidad ha utilizado los mismos resortes de los que se sirvió la restauración estilística del siglo XIX: ha intentado forzar el restablecimiento de elementos que nunca existieron verdaderamente en el seno social, o en todo caso, fueron un episodio fugaz en la compleja evolución de un colectivo humano.
La nueva relación con el Patrimonio Cultural necesita de un catalizador que consiga reconciliar a la población con su bagaje vital, y en este sentido, la institución, en la medida que detecta esta relación, se ha de comprometer a hacerla "descender" al ámbito social.
Por eso, en el municipio que nos merecemos, el patrimonio es definido como la construcción social de la identidad. Diferentes culturas en distintas épocas han seleccionado aquello que les ha merecido la pena conservar por su valor de uso, de cambio o su valor simbólico, este último el más representativo de lo que hoy día entendemos por patrimonio. El rescate de lo que fue el ferrocarril en nuestro municipio debe ser realzado, ya que es parte de nuestra identidad; de igual forma las tradiciones, nuestros personajes (cultores y exponentes artísticos), nuestras construcciones tradicionales y la basta lista de objetos que disponemos de patrimonio, son algunos de los exponentes del mismo, pero de igual forma se plantea la necesidad en la construcción de identidad colocarle nombres a nuestras calles y avenidas (antropónimos), y no solo unos números que no dicen quiénes somos, además de valorar ciertamente si un elevado o distribuidor en nuestro municipio merece tener el nombre de un forastero que no representa lo que significa las raíces del ser vigíense.
En el municipio que nos merecemos, el patrimonio histórico y cultural, nos recuerda quienes somos y para dónde vamos. Eso, es lo que nos merecemos.
Comments