Actualmente la división básica de las calles de cualquier ciudad es muy sencilla: acera para los peatones - calles para los vehículos. Cuando en un plano se observa el espacio peatonal de una ciudad, este espacio es todo aquel que no es calzada o que no esté ocupado por un edificio. El peatón es el usuario de la ciudad por excelencia. Antes de los automóviles, de las motos, de las bicicletas… Antes de todo ya estaba él. Andar es el único transporte que compartimos todos los ciudadanos, es el único transporte que no entiende de clases.
Las aceras son para los peatones, ahí no cabe duda. Sin embargo todos nos hemos tropezado en las aceras con elementos que no deberían de encontrarse allí. Elementos fijos o elementos eventuales, elementos que quizá nadie pensó que molestasen, elementos que nos hacen desviarnos de nuestro camino perfecto y recto de peatones con el fin de esquivarlos. Paseando por la ciudad nos damos cuenta que, mientras el espacio de la calzada siempre es de los vehículos en su totalidad (salvo contadas excepciones), los peatones tienen que compartir las aceras con tarantines de ventas improvisadas, elementos de construcciones aun por concluir, mobiliario urbano, árboles, anuncios de tiendas, y un largo listado, incluidos vehículos estacionados en ellas. Convirtiéndose algunas veces en complicados recorridos que se ensanchan, se estrechan y zigzaguean, llegando en ocasiones a lo ridículamente absurdo, como tener que cambiar de acera porque está colapsada de vendedores y en otros tramos vehículos estacionados. Una persona sola caminando es posible que no se percate, pero se complica si se va en silla de ruedas, se lleva un coche o, simplemente, se intenta mantener una conversación con la persona que debería ir al lado, y no está porque simplemente no caben dos personas en el espacio que queda para el peatón.
En una primera reflexión tenemos, que el ancho de la acera no corresponde con el ancho libre que tienen los peatones para circular, esto ha permitiendo recapacitar sobre este tema y ser realmente conscientes de la magnitud del problema, llegando a conclusiones muy diversas.
La primera de ellas es que, en la mayoría de ocasiones, el responsable de que un elemento concreto esté ocupando el espacio peatonal ni siquiera ha sido consciente de este problema. A veces es un fallo de diseño inicial, a veces un despiste, a veces un particular que ocupa un espacio que no le pertenece sin mala intención. En ocasiones lo más complicado es ser conscientes de que ese elemento invasivo no debería estar allí, eliminando espacio peatonal, porque en la mayoría de los casos son errores en los que la solución es bastante fácil de llevar a cabo, incluso gran parte de ellos son situaciones temporales. Pero el problema principal es que el perjudicado siempre es el mismo: el peatón.
Caminar ya en espacios reducidos, cambiar las rutas por los obstáculos e incomodarse al pedir permiso por transitar sobre nuestro espacio, hace que estemos más lejos de pensar en espacios públicos de calidad.
En el municipio que nos merecemos, el peatón tiene el protagonismo en nuestras calles y quienes administran nuestros recursos hacen valer nuestros derechos, otorgando permisos a vendedores ambulantes solo en los espacios que sean pensados para esta actividad, que los vehículos de trasporte público extraurbano se encuentren en el terminal de pasajeros como corresponde; pero también es un espacio donde los conductores (que son peatones en algún momento) entiendan la importancia de las aceras y los espacios públicos, pensados para todos, de esta forma no solo tendremos mejor calidad de vida, sino también construiremos mejores ciudadanos con respeto por el otro.
Kommentarer